Nuevos derechos laborales

Los fantasmas de la era digital: La conectividad permanente

“El mundo disfruta de Internet como si se tratase de un juguete. Sin embargo, es el arma más poderosa creada por el hombre.”

Rubén Serrano

Actualmente, nuestra sociedad vive en un constante flujo de comunicación y conexión. Generaciones pasadas no podrían haberse imaginado lo que supondría el impacto de la era digital en nuestras vidas. Ni siquiera por los propios fundadores de Internet. Y es que, se han derribado todas las barreras, mostrando un universo infinito de posibilidades, donde no hay horarios ni limitaciones físicas de ningún tipo para acceder a una información global e inmediata.

Ha supuesto un cambio significativo y revolucionario, seguido de una inmensidad de ventajas y virtudes. Desde su concepción, Internet ha sido una criatura mágica descomunal que se ha desarrollado de una forma inimaginable y que ha invadido de forma inexorable todos los ámbitos de nuestra vida.  Debido a su inmenso impacto, sus consecuencias eran prácticamente desconocidas.

La era digital ha traído, también, muchos perjuicios para nuestras vidas. Apenas, existe una frontera difusa entre la vida personal y la vida laboral, siendo la privacidad casi una ilusión. Además, la permanencia de Internet y la facilidad de compartir información de forma global ha supuesto que, nuestros errores y fallos de privacidad, perduren a lo largo de tiempo, pudiendo afectar incluso a nuestra vida laboral. En resumidas cuentas, “Lo que se sube a Internet, se queda en Internet”.

Y es que, actualmente, no hay dos imágenes distintas de uno mismo. Ni ámbitos diferentes donde sólo los más allegados son capaces de ver una faceta determinada de nosotros. Eso es cosa del pasado. Ahora, nuestra imagen pública incluye todas esas percepciones digitales, todas nuestras fotos, reacciones y “shares”. Quizás, muchos piensen que no hay espacio para la autenticidad y la naturalidad, pero debemos de controlar la imagen que proyectamos al mundo. Eso sí, sin caer en la artificialidad.

En el océano de Internet -donde se ha perdido el ámbito público y privado- se ha convertido en un imprescindible el “controlar” la imagen que proyectamos para que sea congruente con nuestra forma de ser en el puesto de trabajo. Seguramente, a muchos no le sorprenda, que una práctica habitual entre los seleccionadores, muchas veces supone el investigar las publicaciones de sus posibles candidatos en Facebook o Instagram –Sobre todo, para puestos de alto rango-.

Por lo tanto, se puede apreciar el problema que supone no determinar los límites entre la vida pública y privada, y la necesidad de respetarlos. Pero las nuevas tecnologías no sólo afectan de este modo a nuestra vida personal.

En los últimos años, se ha gestado un nuevo derecho laboral. El cual, hace tan sólo cuatro décadas, era del todo impensable. Este no es otro que el derecho laboral a no tener una conectividad permanente. Es decir, el derecho a tener una desconexión digital.  Una necesidad nacida de la revolución digital, que viene precisando de una regulación.

El inconveniente expuesto anteriormente acerca de la ausencia de fronteras entre la vida pública y privada, ha sido a causa de esa herramienta mágica llamada Internet, que nos permite tener una conectividad de las 24 horas del día, los 7 días de la semana. El no tener horarios y la libertad de conectarnos con cualquier persona, en cualquier momento, ha supuesto una gran ventaja en nuestras vidas. Pero, también, una problemática nueva cuando esta particularidad se desplaza al ámbito laboral.

Los descansos en el trabajo, quedan regulados por la ley, por esa necesidad que impela a la salud mental y física de los trabajadores. Pero a día de hoy, esas pausas tipificadas se han quedado atrás. Hace falta una actualización de los derechos laborales, acorde con el gran cambio que ha supuesto la revolución digital. Una regulación necesaria para esa nueva inclusión de los descansos laborales. No es otro que el descanso digital.

Entre los ejemplos de conectividad permanente en el trabajo, se encuentran:

El correo electrónico. Es una herramienta muy útil que nos permite conectarnos con todos los clientes de una empresa –tanto internos como externos-. El problema viene determinado por la necesidad de respetar una serie de horarios. El correo electrónico debería seguir las mismas pautas que el horario laboral. El recibir continuos correos un domingo por la tarde, mientras uno está con la familia, acerca de las reuniones que se tienen que organizar para la semana que viene, la resolución de una incidencia de un cliente fuera de fecha o enviar documentos ese mismo domingo, en pleno descanso laboral, puede conllevar a la larga, al llamado distress laboral. Ese estrés negativo que produce que, con tan sólo escuchar el sonido de la notificación de un nuevo correo en nuestra bandeja de entrada puede empezar a disparar los niveles de cortisol.

El Whatsapp o Telegram de empresa. Seguramente que, en algún momento de nuestra vida, hayamos tenido un grupo de Whatsapp de empresa con nuestros compañeros y jefes.  Es un medio perfecto para notificar comunicaciones informales de empresa, estrechar relaciones, y aportar un cariz divertido a las relaciones profesionales. Pero la tinción negativa, al igual que el ejemplo anterior, viene determinado por difundir por este medio, información relevante para desempeñar el trabajo de la jornada siguiente, en horarios que interceden directamente sobre el descanso laboral.

El teléfono de empresa. Misma dinámica anterior. Los dispositivos que nos permiten estar conectados entre unos y otros sin necesidad de compartir el mismo espacio, es una revolución y una ventaja. Pero puede convertirse en una pesadilla, si no se establece una pausa que no viene determinada de forma natural por las nuevas tecnologías .

La revolución digital, ha alborotado el empleo y las organizaciones y, bien manejada, produce excelentes resultados económicos y la entrada de nuevas ventajas competitivas que pueden hacer crecer exponencialmente cualquier negocio. Pero también, ha producido efectos nocivos sobre la salud física de los trabajadores, -sobre todo en lo concerniente a la salud mental-. Nuevas alteraciones como el llamado “tecnoestrés”, vienen determinadas –o agravadas-, por no respetar los límites del descanso.

Por lo tanto, es necesaria de una regulación por todos los medios existentes. Una garantía de cumplimiento de ese nuevo derecho laboral que es la desconexión digital, para poder proteger, por un lado, la salud de los trabajadores y, por el otro, su conciliación familiar. Esta regulación, a la larga, permitiría beneficiar tanto al trabajador–por mejorar su salud laboral-, como a la empresa. Pues, si la plantilla enferma o se “sobresatura” por el uso indiscriminado de las nuevas tecnologías para usos laborales sin respetar un horario, como principales consecuencias negativas se encontrará el abandono del puesto de trabajo, la bajada de productividad, el incremento de bajas por enfermedad, o incluso, al mal marketing empresarial.

Seamos conscientes de los fantasmas que trae la revolución digital. Sólo así, seremos capaces de encontrar un nicho de oportunidades.

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